Si como decía Rilke, la infancia es la patria del hombre, pues entonces Necochea y Quequén son mi Patria.
Allí nací, allí están mis raíces familiares y simbólicas. Porque al calor de mi familia y primeros amigos, se fueron gestando mis sueños de siempre.
De allí parten recuerdos entrañables que son siempre presentes; la escuela primaria sobre la avenida Machado, parte de la secundaria en el Puerto, los picados interminables en alguno de los infinitos potreros necochenses, el mar, el río, el campo, los bosques… si alguna vez entendí algo sobre arte, es que tiene profundamente que ver con todas aquellas gentes, paisajes, sonidos y aromas.
En Quequén, cerca del río, vivía un hombre muy simple (creo recordar que Casimiro era su nombre). Había construido su casa enteramente con piedras recogidas en el río. Sus manos también habían fabricado cada uno de los muebles y objetos decorativos que lo rodeaban. Recuerdo que esa casa era su orgullo. Acaso Casimiro nunca supo que era un enorme artista, y menos aún que atravesando tiempos y distancias me sigue enseñando cosas muy importantes.
En el Instituto Divino Maestro, tuve un profesor de dibujo muy especial. William Gabriele era enfático y apasionado en sus clases, intentando contagiarnos con su entusiasmo y su amor por el arte. Fue el primero en sugerirme esta carrera. Fue decisivo en la afirmación de mi vocación.
También en Quequén, tuve en Gabriel Díaz Llanos a un querido compañero de escuela primaria y secundaria. El padre de Gabriel era artista, y era una experiencia luminosa para mis ojos de niño (y sigue siéndolo ahora) ver los cuadros del padre de Gabriel.
Ahora, una vez más, los mágicos caminos del arte me obsequian una mágica celebración: el reencuentro en mi tierra, con muchas de las personas que alumbraron mi camino. No podría ser más generoso el destino; la cita es ni más ni menos que en el Museo del Faro, otra de las trascendentes iniciativas del padre de Gabriel… el gran Nicasio Díaz Llanos.
Traigo un conjunto de obras recientes inspiradas en La Boca, mi otro entrañable lugar en el mundo. Pero en cada pincelada habita la mirada de aquel niño asombrado, que en cada rincón de su aldea natal se encontraba con el Universo.
Un profundo agradecimiento a Luis Lisanti, gran amigo del arte y de los artistas; su apoyo de siempre ha hecho posible unos cuantos sueños, y es ahora el Demiurgo que da forma a este reencuentro tan especial.
Víctor G. Fernández